Un bienestar que mutila: el materialismo práctico
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Un bienestar que mutila: el materialismo práctico
Victor Alejandro Ramírez | analisis@arcol.org
A menudo nos conmueve recordar imágenes como las de un judío despidiéndose con lágrimas de sus hijos antes de ser llevado a un campo de concentración nazi o la de un soldado soviético fusilado en su intento desesperado de fuga en el régimen comunista.
Ciertamente son episodios de nuestra historia que quisiéramos borrar y que en medio de la vergüenza y la compasión por las víctimas nos invitan a la reflexión.
No obstante, existen otras formas de abuso humano que sin llegar a ser cruentas o dramáticas como los totalitarismos del siglo XX, pueden llegar a instrumentalizar al hombre en función de su capacidad de producción y consumo.
Es el caso del llamado materialismo práctico o del bienestar económico tan patente en occidente desde finales del siglo pasado hasta nuestros días. En él se puede constatar una polarización de la vida humana entorno a los valores del cuerpo bajo el eslogan de "bienestar". De esta forma se observan personas, adultas y adolescentes, víctimas de su insaciable deseo de poseer y en ocasiones de aparentar. El exceso de publicidad ha conseguido crear en ellos necesidades inexistentes que dan como resultado inquietud e insatisfacción constante.
En este sistema de producción y consumo desenfrenado, el individuo puede llegar a considerarse una especie de "mercancía" cuyo valor fluctúa en función de su capacidad productiva. La exaltación de la técnica adopta como criterio único de valoración personal la eficiencia. Ésta a su vez instituye la ley del "tanto cuanto" por la cual el individuo cuenta en la medida en que contribuya, ya sea produciendo o consumiendo, vendiendo o comprando, a la consecución de los objetivos establecidos.
De esta forma, el hombre queda reducido al plano de lo sensible y todo su obrar es encauzado a satisfacer sus necesidades inmediatas, excitadas cada vez más por nuevas ofertas. Se omiten así los tiempos para la reflexión y se abandonan las preguntas existenciales de capital importancia para el hombre como el sentido mismo de la vida, el verdadero valor de la libertad y las razones últimas de nuestro obrar. Este huracán de oferta y demanda, oprime al hombre robándole la capacidad de descubrir su dimensión humana trascendental.
Tras la omisión de la reflexión y el paso del ser al poseer, se llega a una insensibilidad espiritual en la cual Dios o la idea de Dios, es considerada extraña, casi como un intruso en nuestro programa de progreso. Jean Paul Sartre, refiriéndose a Él, lo expresó, como "una hipótesis inútil" y como un obstáculo de nuestra libertad y realización personal.
Como consecuencia lógica de reducir a Dios al plano teórico-ideal, según la máxima "Si Dios no existe, todo está permitido", se va estableciendo en la sociedad un permisivismo desenfrenado en el que la libertad llega a ser libertinaje y el hombre un simple autómata de sus deseos y pasiones en búsqueda de la satisfacción inmediata.
Afortunadamente el materialismo práctico o del bienestar económico no se ha dado en estado puro. Aunque su establecimiento camuflado y progresivo está siendo más eficaz que los métodos violentos de los diversos totalitarismos.
Aunque la situación general pueda parecer ésta, se sigue constatando la profunda religiosidad de algunos sectores de la sociedad europea, en la cual muchos hombres y mujeres se han resistido a caer en el letargo materialista y a reducir sus vidas a un simple "estar a la moda", a merced de las cambiantes y esnobistas propuestas publicitarias. Estos núcleos humanos son un potente bastión frente al materialismo y una fuente de verdadero humanismo en el cual la persona es reconocida en toda su amplitud espiritual y corporal y no como una simple pieza en el mecanismo del progreso.
Quizá nos hemos acostumbrado a observar a nuestros niños toda una tarde delante de la televisión. Quizá se nos hace normal ver bibliotecas vacías y salas de Internet llenas, discotecas a reventar e Iglesias con poca gente. Es posible que sin darnos cuenta nos detengamos más ante una vitrina o un maniquí, que ante un bello atardecer.
Es necesario estar atentos para darnos cuenta que también de esta forma "aparentemente normal" se puede llegar a someter al hombre. Así como a un águila se le puede impedir volar tanto con una férrea cadena como con un fino y disimulado hilo de seda.
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